EL NI?O ESCRIBANO / THE NOTARY CHILD

EL NI?O ESCRIBANO

Aviso legal: Los hechos y/o personajes de la siguiente historia son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.    

Mientras miraba las estrellas que se escurrían por la copa de un árbol, en el patio de una iglesia, una noche de marzo, pensaba: ?qué noche perfecta para un casamiento!

Y aunque mi disposición para asistir a las ceremonias religiosas va decreciendo a medida que pasan los a?os, en esta ocasión, no me la quise perder y me sometí al sufrimiento dada la importancia que tenía para la novia ese momento.

Luego de presenciar la unión que coronaba un largo noviazgo en esta iglesia pituca y repleta de invitados, partimos rumbo al salón. Al llegar, me topé con la recepcionista y me pasó lo que me pasa siempre desde que estoy sin pareja: nunca sé qué mesa me tocará en suerte; si será una de “solos y solas” donde por lo general no tengo ni un solo tema de conversación en común, o si -en el mejor de los escenarios- tendré la enorme dicha de sentarme entre no menos de cuatro o cinco divertidas parejas. Y esta vez, la mala suerte era extrema; me había tocado la mesa familiar. Así que con una sonrisa falsa pero sostenida me dispuse a encontrar mi lugar.

El casamiento, sin duda alguna, era de alta gama. Estaba repleto de arreglos florales, el catering era gourmet, había una banda en vivo. Sin embargo, nada de eso logró mantener mi entusiasmo por demasiado tiempo, y apenas pude me fui a sentar al majestuoso jardín, entre medio de los fumadores, al solo efecto de hacerme un rato de compa?ía a mí misma y darle un poco de respiro a mis pies.

Mientras estaba allí, sentada en un banquito mirando la nada misma, descansando del volumen de la música, vi la silueta de un joven que se me acercaba. Levanté la mirada y me preguntó: “disculpe se?ora, ?su tía se llamaba Luisa?”. Yo me quedé callada mientras lo estudiaba con mirada de directora de escuela, y un fastidio creciente, producto de que se me dirigiera con un se?ora, me predisponía mal para contestarle. Finalmente dije: “así es”.

No tenía ni la más mínima idea de quién era, pero me decía a mí misma “esa sonrisa la conozco”, hasta que llegado un momento le dije: “me vas a tener que disculpar, pero yo no me acuerdo de vos”. Ante tan categórico enunciado su cara rápidamente se entristeció y la pera casi que le llegó al piso. Luego se reincorporó y con afecto exhortó: “?soy Marquitos! ?No se acuerda? ?Usted fue mi ni?era de verano!”.

Me levanté de un salto y fui directo a darle un abrazo. ?Claro que había sido su ni?era! ?Y no sólo un verano, sino varios! Tomé algo de distancia como para poder mirarlo a los ojos y así pude reconstruir su rostro infantil. De repente me sentí invadida por una catarata de recuerdos de veranos cruzalte?os, en donde yo me ofrecía a cuidarlo para juntar dinero para mis gustos exclusivos, que no eran más que las salidas de los sábados con mis amigas. Sin embargo, ser ni?era resultaba un pésimo negocio, ya que lo que cobraba casi siempre lo gastaba en los cremosos helados de Aragón que compartíamos, o para comprar artículos varios en la ferretería de Porra Eléctrica, para los experimentos que inventábamos juntos.

Aquel ni?o se había convertido en escribano y no paraba de enumerarme cosas que yo le había ense?ado, entre ellas, muchos trucos para hacer travesuras, como marcar el 115 para que el teléfono fijo sonara solo.

Nos enroscamos en una animada charla hasta que llamaron a la ceremonia del ramo, que a mi criterio, es el momento más interactivo de un casamiento. Yo escapé de la conversación para insertarme en la multitud y poder participar.

Cuando me estaba acomodando estratégicamente, una voz femenina dijo: “ella no puede participar, está casada”. Era evidente que la se?orita estaba desactualizada con respecto a mi estado civil. Me di vuelta con cara de fiera enjaulada y cuando estaba por hacerle saber que estaba cometiendo un error, intervino el escribano para aclarar que ya no era así, y certificar que yo estaba divorciada.

Al tener los papeles en regla, solo tuve que desplegar mi magia una vez más. La magia se podría expresar así:

Probabilidad = f [ R, F, A, D]

en donde R es el peso del ramo, F es la fuerza con la que la novia puede arrojarlo, A corresponde a la altura del techo del salón, y D refiere a la destreza de quien lo agarra. Y así fue que, aplicando mi mágica fórmula, agarré mi vigésimo ramo, sin entender muy bien por qué dedico tanto esmero en atraparlos, si siempre funcionan de manera contraria a lo esperado.

Llegando al final de la fiesta, el ni?o escribano cerró el acto con un gran abrazo y un profundo agradecimiento. Y yo me fui con el ramo bajo el brazo, otro más, y con la innegable certeza de contar, en el haber de mis noches de fiesta, con una fórmula que a esta altura ya es infalible.

Autora: Violeta Salvador Bizet

Editor: Luciano Bertolino

THE NOTARY CHILD

LEGAL NOTICE: The facts and / or characters in the following story are fictitious, any similarity to reality is purely coincidental.

The stars were twinkling through the canopy of a tree in a churchyard one night in March. Quietly sitting underneath, I thought: what a perfect night for a wedding!.

Although my willingness to attend religious ceremonies is inversely proportional to my age, on this occasion – on behalf of the brides’ wishes on her most important night - I submitted myself to the suffering of attending even one more wedding ceremony.

After witnessing the union that crowned a long courtship in this upscale church full of guests, off we all went to the reception. Ever since I divorce, and as a single woman, the first incognita is where am I going to be seated. I never know which type of reception table I will be grazed with. If it will be an all singles one where generally I don’t have a single topic of conversation in common, or if - in the best of scenario - I will have the enormous happiness of sitting among no less than four or five funny couples. This time nonetheless, the bad luck was extreme and I was stuck with the close family table. So with a fake but sustained smile I set out to find my place.

The wedding was undoubtedly high-end. It was full of flower arrangements, the catering was gourmet, there was a live band. However, none of that managed to maintain my enthusiasm for too long, and as soon as I could I snuck out and headed for the majestic garden. There, amidst the smokers, while giving my feet a little respite, I could stall, resting from the volume of the music in the main room. While I was there, sitting on a bench, with my gaze lost in thin air, and my mind indulging in the moment, I saw the silhouette of a young man approaching me.

I looked up and he asked me: "Excuse me, ma'am, was your aunt called Luisa?" I remained silent studying him with the look of a school principal, with growing annoyance at the fact that he addressed me as you would to my mom, all of which, as you can imagine, ill-predisposed me to answer. Finally I said: “that's right.”

I hadn't the slightest idea of who this young man might be, but I had the strange feeling that I knew that smile, so I added “I beg your pardon, I can’t quite recall you, have we met? Faced with such a categorical statement, his face quickly became sad and his chin dropped to the floor. Composing himself, he affectionately said “I am Marquitos! Don't you remember? You were my summer babysitter! ”

I jumped up and went straight to give him a long hug. Of course I had been his babysitter! And not just one summer, but several! I took some distance so that I could look into his eyes so I could reconstruct his childish face. Suddenly, a cataract of memories of Cruzalte?os’ summers flooded my mind, where I offered to take care of him to raise money for my exclusive tastes, -which were nothing more than Saturday outings with my friends-.

However, being a babysitter was a lousy business. Almost all my earnings were frequently spent on the creamy Aragon ice creams that we shared, or to buy miscellaneous items at the Porra Eléctrica hardware store, for the experiments we invented together.

That small child had grown up to become a public notary, and he kept on and on listing things that I had taught him, among them, many mischievous tricks, such as dialing 115 so that the fixed phone would ring by itself.

We wound up in a lively chat until they called the ladies for the ceremony of the bouquet, which in my opinion, is the most interactive moment of a wedding.

I left our conversation in haste, to mingle with the crowd eager to participate. When I was strategically positioning myself, a female voice said: "she cannot participate, she is MARRIED!" It was evident that the young lady was out of date with regard to my marital status. I turned my head like a caged beast, my whole gaze transformed by anger. When I was about to let her know that she was making a mistake, the public notary intervened to clarify that it was no longer the case, and to certify that I was divorced. 

Having my single status credentials in order, I re assumed my strategic position, and prepared myself to use my magic once more.

The magic could be expressed like this:

Probability (of catching the bridal bouquet) = f [W, F, H, S]

where W is the weight of the bouquet, F is the force with which the bride can throw it, H corresponds to the height of the ceiling of the room, and S refers to the skill of the person who catches it.

And so it was that, applying my magic formula, I grabbed my twentieth bouquet, without really understanding why I still commit myself so much to catch them, if they always work contrary to expectations.

Arriving at the end of the party, the notary child closed the act with a big hug and a deep appreciation. And I left with the bouquet under my arm, yet another, and to the credit of my partying nights , with the undeniable certainty of having the secret of a formula that at this point is already infallible.

Author: Violeta Salvador Bizet

Editor: Luciano Bertolino

Translator: Graciela Trepat