24 Exposiciones y Un Mundo sin Prisa
Mehdi Chibani
Founder & CEO at KabyLabs | Investor | Polyglot (English, French, Spanish, Amazigh, Arabic) | Passionate about Tech, Politics, Economics & Travel | Empowering Professionals to Succeed " . .- --. .-.. . "
Los domingos por la tarde tienen su propio ritual. me dedico a ordenar documentos, una costumbre que surgió sin darme cuenta, como tantas otras cosas en la vida. Entre facturas y contratos antiguos, ahí estaba ella, esa vieja Kodak que siempre veo pero a la que nunca había prestado verdadera atención, como esos objetos cotidianos que de repente, un día cualquiera, cobran un significado diferente.
No era la típica cámara digital que ahora todos llevamos en el bolsillo. Era una de esas cámaras analógicas que hacían del acto de fotografiar algo casi sagrado. Veinticuatro exposiciones. Veinticuatro decisiones. Veinticuatro momentos que tenían que merecer la eternidad del papel fotográfico.
La analogía con el mundo corporativo es curiosa. antes, cada decisión empresarial era como una de esas fotografías, medida, pensada, imposible de borrar con un simple "ctrl+z". No teníamos el lujo del análisis de datos en tiempo real ni las correcciones instantáneas. Cada movimiento era definitivo, como el clic del obturador.
Como aquellas reuniones de directorio que duraban horas, donde cada decisión se masticaba despacio. No teníamos dashboards en tiempo real ni KPIs instantáneos. Los números se estudiaban en papel, se subrayaban con rotuladores fluorescentes, se discutían cara a cara. Las proyecciones eran más arte que ciencia, como aquellas fotos que revelábamos sin saber exactamente qué saldría
Recuerdo la emoción de recoger los sobres amarillos de la tienda de fotografía. El ritual de abrirlos con cuidado, como quien desenvuelve un regalo, sin saber exactamente qué encontraría dentro. A veces las fotos salían movidas, otras sobreexpuestas, y algunas, las menos, eran peque?as obras maestras del azar. Cada imagen imperfecta tenía su propia historia, su propio peso en la memoria.
Las conversaciones eran diferentes entonces. Nadie miraba su teléfono cada cinco minutos porque no había teléfonos que mirar. En las cafeterías, la gente se miraba a los ojos, gesticulaba, se interrumpía, se reía con todo el cuerpo. Los silencios eran parte natural del ritmo de la charla, no espacios incómodos que llenar con el scroll infinito de una pantalla.
En las negociaciones, el silencio era una herramienta poderosa, no un vacío incómodo que llenar con presentaciones de PowerPoint. Leíamos rostros, no pantallas. Los acuerdos se cerraban mirándose a los ojos, con un apretón de manos que valía más que mil contratos. La confianza se construía lentamente, como un carrete que se revelaba foto a foto.
Las citas eran aventuras de verdad. Quedabas en un lugar y a una hora, y si la otra persona no aparecía, no había forma de saber si estaba en camino o si te había dejado plantado. Los retrasos eran peque?os dramas, las esperas ejercicios de paciencia y fe. Y cuando por fin llegaba quien esperabas, la alegría del encuentro era genuina, no diluida por veinte mensajes previos de "ya casi llego".
Los viajes eran terra incognita, con la dirección anotada en un trozo de papel. A veces te perdías, y en ese perderte encontrabas calles que no buscabas, rincones que ninguna aplicación te habría recomendado. Las recomendaciones venían de personas reales, no de algoritmos, el camarero que te sugería un restaurante fuera de ruta, el librero que ponía en tus manos un libro que cambiaría tu vida.
La música tenía peso y ritual. Como los informes anuales, cada cassette y vinilo guardaba una historia que requería tiempo y dedicación para ser apreciada. No había playlists instantáneas, como no había decisiones apresuradas.
La información llegaba una vez al día, como los reportes de cierre. Los periódicos, como los balances, requerían tiempo para ser digeridos. No había alertas constantes ni actualizaciones en tiempo real. Las decisiones maduraban en sobremesas que se alargaban sin prisa.
Hoy, el mundo es una ráfaga de imágenes y datos. Pero a veces echo de menos la textura de lo físico: el grano de las fotografías, el ruido de la cinta al rebobinar, el roce del papel, la incertidumbre de no saber, la emoción de descubrir.
No es nostalgia por un tiempo mejor, cada epoca tiene sus luces y sus sombras. Es más bien la a?oranza de un ritmo diferente, de una forma más táctil de estar en el mundo. De cuando la vida no era un stream continuo de datos, sino una colección de momentos discretos, cada uno con su propio peso específico en la memoria.
La vieja Kodak vuelve al cajón. En la pantalla de mi teléfono, un álbum digital sin alma guarda más fotos de las que podré ver jamás. Pero ninguna tiene el aura mágica de aquellas 24 exposiciones que aguardaban su instante con paciencia, como versos de un poema que solo se escriben una vez.