éxito sin Testigos
Mehdi Chibani
Founder & CEO at KabyLabs | Investor | Polyglot (English, French, Spanish, Amazigh, Arabic) | Passionate about Tech, Politics, Economics & Travel | Empowering Professionals to Succeed " . .- --. .-.. . "
Los gritos alegres de los ni?os en el patio rompen el silencio de mi apartamento. Es domingo por la ma?ana y acabo de recibir la notificación de que mi nuevo producto ya está disponible en la tienda online. Debería estar celebrando, supongo. En cambio, estoy aquí, perdido en mis pensamientos mientras el tiempo avanza lentamente en este domingo vacío, pensando en cómo los éxitos saben diferentes cuando no tienes con quién compartirlos.
Recuerdo las discusiones con Antonella "Vives en el futuro", me decía cuando teníamos apenas veintidós y veintiséis a?os, dos críos jugando a ser adultos. Ella quería vivir el presente: viajes espontáneos, cenas en restaurantes de moda, ropa de marca. Yo veía startups potenciales, oportunidades de mercado, escalabilidad. Cuando pedía sushi a domicilio, yo calculaba mentalmente cuánto valdría la empresa de delivery en cinco a?os.
Quince a?os después, la ironía me hace sonreír: acabé creando Elite Trust, un sistema de delivery que optimiza la logística en Argel para un cliente que ahora factura bastante. Mi software agiliza la entrega de sushi en cientos de ciudades, pero Antonella solo quería cenar sin esperas. A veces, los sue?os tienen una forma curiosa de materializarse.
Las risas se filtran a través de las paredes del Twin Arkz junto con el aroma a curry de los Wong, mis vecinos malayo-chinos del piso 20. Siempre tienen la puerta abierta, dejando ver una vida familiar que no es la mía. Sus ni?os corretean por el pasillo, su esposa tararea en mandarín mientras cocina. Es curioso cómo una simple puerta puede hacer que la soledad pese más.
Cada logro profesional ensanchaba la grieta entre nosotros. Yo brindaba en silencio. Ella so?aba con Maldivas. Con atardeceres color pasión. Con peces tropicales "El dinero es para vivir", insistía. "Los sue?os son para construirlos", respondía yo, sin darme cuenta de que estábamos hablando idiomas diferentes, que mi código y sus corales nunca encontrarían un punto de encuentro.
Aquellas ma?anas cuando éramos jóvenes y pobres, cuando compartíamos un café barato en tazas desparejadas. La vida era más simple entonces. Ella reía con todo el cuerpo cuando yo hablaba de mis planes futuros. "Eres un so?ador", me decía, mitad burla, mitad admiración. No sabía que esos sue?os terminarían construyendo muros entre nosotros.
Ahora tengo lo que so?aba en nuestras madrugadas, proyectos, ideas, libertad. La gente gira a mi alrededor, atraída por el resplandor del éxito, sin percatarse de quién soy realmente. Sonrisas calculadas, adulaciones medidas, amistades que duran lo que dura una transacción. Y al final del día, quedan las cenas frías a medianoche, los cumplea?os celebrados en salas de reuniones, las vacaciones canceladas por deadlines imposibles.
La altura tiene su propia lógica. Cada decisión pesa más cuando eres el único que la carga, cuando solo tu instinto susurra en el silencio de la cima. Es curioso pero mientras más alto escalas, más se adelgaza el aire y más escasean los consejos. Al final, estás tú y tu intuición en un vals solitario entre planes y proyecciones. La verdad es que nadie te prepara para esta soledad estratégica, para esos momentos en que el futuro de todo lo que has construido depende de una decisión que solo tú puedes tomar. El silencio se vuelve ensordecedor y tu única compa?ía es el eco de tus propios pensamientos rebotando contra las paredes de la responsabilidad.
Como siempre, el teléfono vibrando sin parar, notificaciones de ventas, mensajes de felicitación por el lanzamiento, inversionistas interesados en el próximo proyecto. Debería sentirme orgulloso, supongo. En lugar de eso, me encuentro pensando en el pasado y la manera de vivir el presente. Quizás ella entendía algo que yo todavía estoy aprendiendo: que el éxito suena hueco cuando rebota en paredes vacías, que las notificaciones de ventas no pueden reemplazar el sonido de una risa sincera.
El sol de la ma?ana dibuja sombras en mi sala de estar minimalista. Todo está en su lugar. Perfectamente ordenado. Como las columnas de una hoja de cálculo. Echo de menos el caos vital de antes. Los zapatos tirados. Las tazas de café a medio terminar. Los días que eran una celebración.
Reviso las métricas en mi laptop. El amanecer avanza. Más códigos por escribir. Más ideas por materializar. Más sue?os por perseguir. Pero esta ma?ana, en el silencio de mi victoria, me pregunto si, mientras construía el futuro, no estaba también edificando mi propia soledad.
Mis sue?os se han cumplido, uno tras otro, como fichas de dominó perfectamente alineadas. Pero en las noches, cuando el último email está enviado y el último contrato firmado, solo queda el silencio. Como dice un viejo proverbio Kabyle:
El oasis más triste es aquel que encuentras solo.